miércoles, 31 de marzo de 2010

De mártires y luchadores


Existe algo obsceno en la contemplación de una persona que se deja morir por una idea. La degradación que sufre el cuerpo humano sometido a una huelga de hambre es uno de los espectáculos más dolorosos que se pueden producir. Guillermo Fariñas, disidente cubano, lleva más de un mes sometido a esa dura prueba. Y su ejemplo está cundiendo en la isla, pues otros dos disidentes se han sumado a esta medida de presión hacia el gobierno cubano. Reclaman del régimen la puesta en libertad de 26 opositores enfermos.
Convengamos en que una huelga de hambre puede ser un buen instrumento de presión, sobre todo si, como en este caso, cunde el ejemplo, se multiplica el número de huelguistas y de este modo se consigue que la comunidad internacional también presione. Hace falta mucho valor para emprender una protesta de este tipo, máxime cuando se sabe a ciencia cierta que el gobierno no va a ceder y que el transcurso de la huelga puede convertirse en un tránsito doloroso hacia una muerte diferida.
Y aquí es donde deberían plantearse algunos interrogantes a la hora de decidir si la huelga de hambre es la forma de protesta más adecuada. Ante la intransigencia de un gobierno dictatorial que deja morir a aquellos que no están de acuerdo con sus postulados, quizá la mejor forma de lucha, la más eficaz, no sea la de emprender una huelga de hambre. La persona que la lleva a cabo hasta sus últimas consecuencias puede convertirse, y de hecho lo hace, en un mártir de la causa y su ejemplo puede considerarse inspirador y servir de modelo a otros. Pero hay que tener en cuenta que, por mucha admiración que despierten en sus compañeros de lucha, los mártires quedan en el recuerdo, pero no ganan las batallas.
Para alcanzar la victoria es necesario luchar. Y para luchar de forma efectiva, es necesario estar vivo. Se lucha por una causa, un ideal. Se lucha por la libertad, por el progreso, por la paz. Se lucha por una vida mejor. Y esa lucha sólo puede ser positiva si se enarbola la bandera de la vida, de la esperanza. No seamos ingenuos, sin medidas contundentes no cabe esperar ningún gesto de apertura por parte del gobierno cubano. Pero si esas medidas contundentes conllevan la pérdida de vidas humanas, vidas por demás preciosas y que pertenecen a personas de extrema valía, habría que replantearse los términos de la lucha. Siempre será más útil un luchador que cien mártires.

Foto: La Razón

viernes, 26 de marzo de 2010

Garzón en la encrucijada


La independencia de criterio es un valor muy escaso en estos tiempos de disciplina de partido y corrección política. En cambio, la cobardía y la ocultación están en alza. Por eso, cuando un hombre (o una mujer) son capaces de hacer gala de la primera para atacar a la segunda y la tercera, sólo ganan enemigos. A veces muy poderosos pues, tanto la cima del poder como sus aledaños, suelen estar poblados de personas para las que el valor de los demás, o más bien la ausencia de miedo son, cuando menos, un problema.
Baltasar Garzón se ha ganado, a lo largo de su carrera judicial, numerosos enemigos. A menudo se acusa al juez Garzón, sobre todo en esta etapa en la que tantos casos de corrupción se están destapando, de connivencia con el poder. Sin embargo, habría que recordar que fue este el magistrado que investigó los GAL, lo que le creó numerosos problemas con el gobierno de Felipe González. También ha sido él quien más empeño ha puesto, desde el estamento judicial, en la lucha contra el terrorismo, o al menos esa es la idea, la imagen, que llega a la sociedad. Además, su carrera está jalonada de numerosos éxitos, y no sólo a nivel nacional. Fue él quien se atrevió a encausar a Pinochet y a algunos militares argentinos acusados de detenciones ilegales, torturas y desapariciones durante la dictadura de su país. Esas acciones le valieron a Garzón el reconocimiento de la comunidad internacional.
Por eso sorprende que, cuando el juez sigue el camino lógico que, además, se le había reclamado desde algunos foros, es decir, cuando Garzón decide investigar los crímenes cometidos durante la dictadura en su propio país, el aplauso se vuelve mirada suspicaz, la admiración se convierte en recelo y comenzamos a buscar la manera de evitar que se reabran las heridas (heridas que a unos duelen más que a otros, todo hay que decirlo). Y claro, se busca la manera de atacar nuevamente a este juez. Se le denuncia por prevaricación al declararse competente para investigar los crímenes del franquismo. Y entonces saltan los que estaban agazapados esperando el momento porque ese momento ha llegado.
Yo no sé si Garzón ha estado o está metido en asuntos sucios (y quién puede decir con la cabeza alta que tiene las manos completamente limpias). Pero pienso que estamos asistiendo a una persecución cuyo último episodio por el momento ha sido la desestimación del recurso presentado por el acusado, lo que en la práctica supone despejar el camino para acabar con la carrera de Garzón. Podría enfrentarse a una pena de entre 12 y 20 años de inhabilitación. Es triste vivir en un país que no cuida a sus hombres valientes.

Foto: diario ABC

martes, 23 de marzo de 2010

Espe ataca de nuevo


Esta vez nos ha tocado a los andaluces. Esperanza Aguirre, también conocida como “la lideresa”, ha tenido a bien incluir una perla sobre Andalucía en el ya largo rosario de despropósitos que va sembrando prácticamente cada vez que habla. Dice que el gobierno no hace más que dar a los andaluces “pitas, pitas, pitas. Y esto la gente del campo sabe de lo que hablo”, ha concluido sus declaraciones realizando además un alarde gramatical de mucho empaque.
No es la primera vez que un dirigente del Partido Popular se refiere a los andaluces con descalificaciones. Tampoco es la primera vez en la cuenta particular de Espe (así, con confianza, es tan entrañable). Subsidiados y vagos, creo que nos llamó en alguna ocasión.
Pero lo sorprendente no es que algunos dirigentes del Partido Popular hablen así de los andaluces. Tampoco lo es que lo haga Espe, que tiene en su haber frases ya míticas como la reciente “Nos hemos quitado de en medio a un hijoputa” o una un poco más antigua, cuando era ministra de cultura y felicitó a “la señora Sara Mago” por su premio Nobel de Literatura, o cuando demostró su carácter aguerrido y valiente al salir pitando de aquel hotel de Bombay para deleitarnos aquí con el relato de sus experiencias, rubricado con un rotundo “No descansaré hasta que todos estén en casa”, refiriéndose a los miembros de la delegación española que ella encabezaba. Por no hablar de cuando nos abrumó con sus problemas económicos al asegurar que no llegaba a fin de mes.
No, nada de eso sorprende. Lo que sí sorprende es que personas que aspiran a gobernar este país se refieran a los habitantes de algunas comunidades autónomas haciendo gala de su supina ignorancia y su escaso calado intelectual, recurriendo a tópicos más propios de una película de aquellas de Paco Martínez Soria que de los tiempos que vivimos. Lo que sí sorprende es que estas mismas personas que dicen desvivirse por España no levanten un dedo para intentar que el país salga de la crisis que está llevando a mucha gente, no ya a llegar ajustados a fin de mes, sino a estarlo desde el día uno, simplemente porque necesitan esta crisis económica para mantener ciertas aspiraciones de ganar unas elecciones que de otro modo volverían a escaparse. Lo que sí sorprende es que nadie en ese partido sea capaz de callarle la boca a Espe. Y lo más sorprendente de todo es que ella siga engordando su cuenta de sandeces y eso todavía no le haya pasado factura.

viernes, 19 de marzo de 2010

Ideas originales


El movimiento feminista, como cualquier impulso intelectual que se instrumentaliza, puede enfilar una senda muy peligrosa si se permite que se conviertan en voceros de sus postulados personas como Bibiana Aído. La última propuesta, más o menos velada (la señora Aído suele adscribirse a la muy extendida costumbre de tirar la piedra y esconder la mano) de la ministra de igualdad ha sido sugerir que el feminismo ocupe un lugar en la formación troncal de los estudiantes universitarios, lo que viene a ser lo mismo que convertirse en asignatura obligatoria. Parece ser que no tener nada que hacer da mucho trabajo, porque Bibiana Aído no para de hilvanar propuestas, cada cual más descabellada que la anterior, mientras ejerce su labor como cabeza de un ministerio que nadie sabe muy bien para qué sirve.
Las aportaciones de Aído a la mejora del sistema educativo español no son nuevas. Ahí están, por ejemplo, sus denodados esfuerzos por conseguir la paridad ligüística con aquello de los “miembros y miembras”. Recuérdenlo. Y tras soltar aquella soberana estupidez, encima lo adornó con una sonrisita bobalicona que dejaba entrever que la frase estaba muy meditada y no la pronunció al azar. Y días más tarde, ante la lluvia de improperios absolutamente merecidos, no sólo no reconoció su metedura de pata, sino que aseguró que había que luchar contra el sexismo en el lenguaje.
Ahora, para demostrar de nuevo su coraje feminista, aboga por la implantación de una asignatura de feminismo obligatoria en la universidad. Personajes así dañan la imagen del verdadero esfuerzo que auténticas luchadoras han realizado a lo largo de la historia por conseguir un tratamiento digno para la mujer, una igualdad real de derechos entre hombres y mujeres. Recetas como la propuesta por la ministra de igualdad y su recepción entre la ciudadanía pueden llevar a un retroceso peligroso en la consideración social del movimiento feminista.
Pero como proponer alegremente no cuesta nada, yo también quisiera lanzar una idea. En estos tiempos de crisis en los que no nos ponemos de acuerdo acerca de las medidas a tomar para paliar los efectos de la debacle económica, ¿no sería una buena medida de ahorro suprimir gastos innecesarios como, por ejemplo, el sueldo de la señora ministra de igualdad?

sábado, 13 de marzo de 2010

Adiós a un amigo


Siempre que muere un contador de historias todos nos quedamos huérfanos. Los contadores de historias son los guardianes de la memoria de la tribu, esa memoria compuesta de todas las experiencias, todas las ideas, toda la imaginación que el ser humano ha sido capaz de acumular desde el principio de los tiempos. Son los buenos contadores de historias quienes recogen el poso de la tradición y lo destilan para devolvérnoslo reelaborado, el mismo cuerpo con un vestido nuevo. Todo está ya contado, pero siempre se puede volver sobre ello, existen perspectivas originales, aristas desconocidas, destellos, vislumbres, detalles. Ayer por la mañana murió en Valladolid, su ciudad, Miguel Delibes Setién, el más grande contador de historias que hemos tenido en España en el siglo XX.

Un hombre
Su biografía, que puede resumirse como la de un hombre corriente, estuvo jalonada de muchos éxitos, algunos fracasos, trabajo constante y firme. También conoció el dolor con la muerte de su esposa en 1974. Quizá no fue un hombre feliz, pues la felicidad para él no existía, pero se esforzó en ello y lo hizo por amor. Lo cuenta en Señora de rojo sobre fondo gris. En otra parte, él mismo describió ese sentimiento: “El estado de felicidad no existe en el hombre. Existen atisbos, instantes, aproximaciones, pero la felicidad termina en el momento en que empieza a manifestarse. Nunca llega a ser una situación continuada. Cuando no tienes nada, necesitas; cuando tienes algo, temes. Siempre es así. Total, que nunca se consigue” (entrevista en El País 9/12/2007).
Miguel Delibes nació en Valladolid, en el otoño de 1920. Con apenas 21 años comenzó a trabajar en el periódico El Norte de Castilla, del que llegaría a ser director en 1958. El seudónimo Max ocultó al autor tras sus primeros trabajos como viñetista. Al mismo tiempo sacó la cátedra de Derecho Mercantil. Y se casó con Ángeles de Castro, su esposa durante toda la vida, hasta el fallecimiento de esta y aún después, pues Delibes se definió en alguna ocasión como “viudo fiel”. En El Norte de Castilla ejerció su labor periodística durante muchos años. Bajo su tutela dieron sus primeros pasos profesionales autores como Francisco Umbral, José Jiménez Lozano o Manu Leguineche. Hubo momentos duros durante esos años, con una lucha constante para sortear las directrices que en aquellos momentos imponía la dictadura a través del ministerio de Información y Turismo. Pero Delibes salió indemne de ellos y legó al periodismo la impronta de un profesional preocupado por el buen uso de la lengua castellana y por la necesidad de ejercer el trabajo periodístico en absoluta libertad.
En 1948 publica su primera novela, La sombra del ciprés es alargada, e inaugura su colección particular de premios literarios con la concesión del Nadal. A lo largo de su carrera obtendría también el Nacional de Literatura, el Nacional de las Letras Españolas, el Príncipe de Asturias de las Letras, el Nacional de Narrativa y el Cervantes. Cuentan las malas lenguas que, en cierta ocasión le fue ofrecido el Planeta, pero él lo rechazó. La integridad fue una de sus virtudes. Su carrera literaria es de sobra conocida, los títulos que más fama le han dado –El camino, Las ratas, Los santos inocentes, Señora de rojo sobre fondo gris, Diario de un jubilado, El hereje– adquirieron desde muy pronto el marbete de clásicos. Su amor por la lengua castellana lo llevó hasta la Real Academia Española. Sólo el premio Nobel se le ha negado, lo que constituye un desdoro, otro más, para ese galardón cada vez más alejado de la realidad.
En lo personal, seguro que el momento más difícil fue la muerte de su mujer, con la que tuvo siete hijos. De ellos el más notorio públicamente es Miguel Delibes de Castro, biólogo, conservacionista y ecologista, autor junto a su padre de algunos libros bellísimos sobre la naturaleza y los peligros que la acechan.
Tuvo una vida larga, plena, que supo vivir sin aspavientos, con la modestia de los humildes y el orgullo de quien trabaja mucho y lo hace bien. Ayer, a los ochenta y nueve años, esa vida se apagó. Ahora Delibes cruza la difusa línea de la posteridad.

Un paisaje
Joaquín Soler Serrano lo entrevistó alguna vez en aquel estupendo programa de la televisión en blanco y negro que era como un oasis de color en el páramo umbrío de la cultura durante la dictadura franquista. Allí habló de muchas cosas y, entre ellas, recordó el origen francés de su apellido. Ascendientes galos que viajaron a España por motivos profesionales y ya no se marcharon. En ese programa habló también, como tantas veces lo ha hecho después, del campo castellano. Castilla fue la cartografía sentimental de Delibes. En ella situó sus novelas, de ella extrajo a sus personajes y los elevó a la categoría de mitos, según la segunda acepción que el diccionario de la Real Academia ofrece de esta palabra: “Historia ficticia o personaje literario o artístico que condensa alguna realidad humana de significación universal”. Su prosa se ajustó siempre a las condiciones del paisaje descrito, sencilla, precisa, sin ornamentos vacuos ni oropeles innecesarios y, al mismo tiempo, de una riqueza infinita. Supo dar significación universal al rincón del mundo donde se desarrolló su vida y esa es, sin duda, la marca de los grandes escritores.
También expresó la extrañeza del hombre sencillo cuando sale del campo y se topa, de manos a boca, con el ritmo frenético de la ciudad. Un hombre, por lo general, mayor, que se ve trasplantado a un mundo que no es el suyo, que no conoce y en el que no se encuentra cómodo. Y que encuentra compresión en los niños, tan ajenos como él a ese mundo artificial, o en los animales, símbolo de la libertad perdida que se ansía recobrar.
Sólo una vez su prosa salió al mar. Y lo hizo brevemente en su última novela. El mar se transformó con rapidez en espacio de libertad, en vehículo para la transmisión de ideas nuevas, ideas que darían lugar a revoluciones y que causarían llanto y dolor por culpa de la cerrazón y la intolerancia, pero que harían avanzar la maquinaria de la historia hacia formas más plenas de entendimiento, hacia momentos menos oscuros de la humanidad.
La caza fue la actividad que prefirió. Y en eso también aplicó su sabiduría de hombre sencillo. Para él la caza no era un deporte sin más, sino una manera de incluirse en la naturaleza, de formar parte de ella. La caza fue su pasión más acendrada y muchas veces dejó constancia de ello en entrevistas y declaraciones públicas. La entendía como una actividad en la que el cazador y la pieza deben competir en las condiciones más similares posibles. El cazador utiliza su armamento superior, pero no debe aprovecharse de manera innoble de las debilidades de la pieza. Delibes supo ejecutar sus actos con envidiable coherencia y honestidad.


Una pasión
Nunca conocí a Delibes. Muchas veces pensé escribirle, me habría gustado mucho establecer con él una relación epistolar. Pero un extraño sentimiento de pudor siempre me retrajo. Puede que yo sea una especie de otros tiempos. Hoy en día, estamos hartos de verlo, el pudor nunca disuade a nadie. A mí me mantuvo a distancia.
De todas formas, no hacía falta conocer personalmente a Delibes. Bastaba con leer sus libros. En ellos ya estaba, aquilatada, la personalidad de este hombre bueno en el sentido machadiano del término. Desde La sombra del ciprés es alargada, y al margen del rimero de premios literarios que sus libros obtendrían, hubo siempre en toda su obra un amor desbordante por sus personajes. Daniel el Mochuelo, el Azarías, Cipriano Salcedo, todas las vidas que surgieron de su pluma estaban indisolublemente ligadas a la suya propia y él se reflejaba en todos y cada uno de ellos. Aunque parezca una perogrullada señalar que un narrador vive en lo que escribe, esa es un virtud que muy pocos, sólo los más grandes, poseen. Y si no, basta con leer muchas de las novelas que se publican en estos tiempos de desmesura que vivimos. Se nota la falta de imbricación de los autores con sus personajes, se percibe que han sido diseñados con la frialdad de una mente analítica, o en el despacho de algún editor poco escrupuloso, con el único afán de alcanzar el éxito de ventas. Pero no tienen calor y, por eso mismo, no son capaces de reflejarlo. No son humanos.
Lo de Delibes era distinto. Una forma de entender la literatura como una parte de la propia vida, una manera de crear personajes y cuidarlos, caminar un trecho a su lado hasta estar seguro de que el lector los conoce, se reconoce y viajará con ellos el resto del camino. Una preocupación parecida a la de un padre por sus hijos. Y no eran necesarias las alharacas retóricas, el barroquismo ni el abigarramiento. Con una prosa desnuda al tiempo que riquísima, Delibes pintó para nosotros el cuadro completo de la España que le tocó en suerte. Expuso como nadie los contrastes entre la ciudad y el campo, expresó los anhelos de los humildes, se metió a menudo en la piel de los niños y nos mostró el mundo de los adultos a través de sus ojos, para que pudiéramos reírnos de nosotros mismos y de nuestra pretendida trascendencia. Delibes habló de la conciencia individual y cantó a la libertad con una fuerza poderosa. Su última novela publicada, El hereje es, quizá, la mejor de toda su producción. Delibes nos mostró el amor con una delicadeza, una sutileza y una naturalidad muy difíciles de igualar y lo hizo en el libro que le dedicó a su mujer, fallecida muy pronto. Señora de rojo sobre fondo gris, la luminosidad de una mujer excepcional contrastada con el fondo tenebroso de un país que se diluía en la desidia, atenazado por la mordaza de la dictadura.
Un hombre que puso pasión en cuanto hizo. Nunca lo vi personalmente, no estuve con él ni estreché su mano. Pero leí sus libros y puedo asegurarles que conozco a Miguel Delibes Setién y que es mi amigo.