lunes, 26 de abril de 2010

Una tarde con Fernando


Acaba de terminar el Festival de Cine de Málaga. Personalmente, siempre me ha sucedido algo extraño con este festival y es que, más que las películas a concurso, lo que me ha interesado son algunas de las actividades paralelas que se organizan. En esta ocasión, los encuentros con el público, una novedad en el certamen. Presentados por el multifacético Luis Alegre, en esta primera experiencia, los encuentros con el público se centraron en las figuras del director Fernando Trueba y la actriz Ángela Molina. Yo acudí al primero, junto a mi hermano, que también se llama Fernando y también es director (en su caso, de cortometrajes). El escenario fue el auditorio del Museo Picasso. Trueba llegó puntual a la cita, con ese aire de filósofo clásico que le imprime a su rostro la media melena que el tiempo ha hecho blanquear, confiriéndole a su dueño la apariencia de un hombre de más edad, pero sin ocultar una jovialidad muy juvenil.
La charla entre Alegre y Trueba se produjo en un ambiente de lo más íntimo que se puede lograr cuando se tiene a unas cincuenta o sesenta personas mirando. En un breve repaso, recorrieron anécdotas acaecidas durante la producción de algunos filmes de Trueba, interioridades del proceso de llevar a término un proyecto cinematográfico, nombres de amigos comunes (Rafael Azcona o Bebo Valdés), y hablaron del futuro. Y en el horizonte más inmediato, el estreno de Chico y Rita, la película de animación a la que Trueba está dando los últimos retoques junto a Xavier Mariscal. Será un nuevo idilio entre las numerosas pasiones de Fernando Trueba, en este caso, la música latina, la pintura y el cine. También se habló de la próxima película de ficción que dirigirá el madrileño, El artista y la modelo. Según se comenta, esta película podría ser un nuevo hito en la carrera de Trueba que cuenta, a mi juicio, con dos perlas en su filmografía: Belle Époque y La niña de tus ojos. Y puede serlo por el peso del director, que además estará empeñado en volver a su mejor cine tras dos películas vapuleadas por la crítica y no muy bien tratadas por el público como son El embrujo de Shanghai y El baile de la Victoria. Jean Rochefort, que será el protagonista masculino, ha manifestado su ilusión porque esta sea su despedida de la interpretación cinematográfica; Aída Folch volverá a trabajar con Trueba, el hombre que le dio su primera oportunidad en el cine; y Claudia Cardinale ha confirmado su participación, con lo cual Trueba ya cuenta también con un mito del celuloide para su nuevo proyecto.
Tras la charla con Luis Alegre, se dio paso a las preguntas del público, que dieron pie a respuestas bien desarrolladas, sazonadas con anécdotas que, como diría un antiguo cronista, hicieron las delicias del respetable. El encuentro concluyó con un inesperado “momento fan” del que el arriba firmante fue responsable, lo confieso, con firma de libro (Mi diccionario de cine es una joya) y apretón de manos incluido, aprovechado también por alguna actriz novel para acercarse al director en busca de atención para su trabajo y por un grupo de jóvenes que querían fotografiarse con él.
En definitiva, actividades como esta son buenas iniciativas que contribuyen a acercar el trabajo de los profesionales y las interioridades del cine a cierto sector del público ávido de experiencias que trasciendan un poco la consabida alfombra roja y el griterío quinceañero al paso de estrellas de la televisión que han hecho una “peli”.

Foto: Fernando González Gómez

martes, 6 de abril de 2010

Ruido de fondo


La multitud de casos de pederastia entre sacerdotes de la iglesia católica que ha saltado a la luz pública está desatando una ola de críticas hacia la actitud de determinados sectores de la jerarquía eclesiástica, comenzando por el propio Papa, al tiempo que se ha generado un airado debate entre los medios de comunicación afines al catolicismo y los que defienden posiciones opuestas. Al final, todo se reduce a eso: imponer los propios intereses. Es una pena que el debate de ideas generado por un suceso de actualidad esté perdiendo importancia y vigencia entre los medios de comunicación para dejar paso a un estéril intercambio de improperios que sólo persigue imponer las propias tendencias y opiniones en lugar de dilucidar el fondo de la cuestión y ofrecer al público en general los elementos suficientes para que éste cree su propia opinión según su criterio personal. ¿No era esa una de las funciones del buen periodismo? Lástima que el buen periodismo sea cada vez más escaso y se imponga casi siempre el titular sensacionalista.
La polémica generada por la actitud de los jefes de la iglesia en relación con los casos de pederastia denunciados en Estados Unidos, Irlanda, Alemania y otros países se basa más en el ruido mediático que en el verdadero fondo de la cuestión. Porque, a mi juicio, el elemento clave para intentar el entendimiento de un asunto tan complicado reside en los conceptos de culpa y perdón.
La iglesia católica considera el abuso sexual, ejercido en este caso sobre los niños, como un pecado. La justicia lo califica de delito. En teoría, si existe contrición, arrepentimiento, la iglesia perdona los pecados. El arrepentimiento se considera un atenuante en los procesos judiciales, pero no se perdonan los delitos. Algunos extraerían la obvia conclusión de que los sacerdotes pederastas deberían ser tratados según la justicia en tanto que hombres, dejando en un segundo plano la dimensión espiritual y el posible arrepentimiento por los pecados cometidos. De ese modo, el delincuente, el pecador, serían juzgados según el propio ámbito de consideración de su falta.
Pero ¿qué pasa con quienes encubren el delito, con aquellos que esconden el pecado? Ahí no hay arrepentimiento, sino voluntad de ocultar, de hacer la vista gorda. Y hay situaciones sobre las que no se puede pasar de puntillas. La iglesia católica debería realizar un acto de reflexión y replantearse muchos de sus postulados, sobre todo aquellos que se refieren al orden sacerdotal y las consecuencias que se derivan de la condición de sacerdote. Debería intentar, de una vez por todas, adaptarse a una sociedad en constante cambio, a un mundo que no es el mismo. Algunos auguran ya una caída del Papa por efecto de la presión mediática que se está ejerciendo sobre su figura. Recordemos que la iglesia católica ha sobrevivido durante dos milenios a los vendavales de la historia y que millones de personas en el mundo se declaran católicos pese al amplio historial de despropósitos y elecciones erróneas que los jerarcas han seguido a lo largo de los siglos. No creo que la presión de los medios de comunicación sobre la cúpula católica sea capaz de erosionarla más allá del aluvión coyuntural de críticas. Pero la justicia también debería replantearse muchos aspectos de su labor, entre ellos su relación con la iglesia y la consideración de los delincuentes independientemente del hábito que vistan. Y los medios de comunicación también deberían reflexionar acerca de su papel en todo este debate público y no limitarse sólo a generar ruido y confusión.