jueves, 5 de marzo de 2009
DE VUELTA DEL PARAISO
Acabo de leer un reportaje sobre Dharavi. Dharavi es un suburbio. Pero no un suburbio en el sentido de barrio periférico y más o menos marginal, tal como se entiende esa palabra por aquí. Es uno de esos suburbios del llamado tercer mundo, que no es otra cosa que una ciudad dentro de otra, en la que varios millones de personas se hacinan en condiciones más que precarias. Dharavi es un suburbio de una de las mayores megalópolis del mundo: Mumbai, antes llamada Bombay.
En Dharavi no hay agua corriente, las ratas y otros parásitos conviven en pie de igualdad con los seres humanos, las enfermedades campan sin control, recibir una buena educación es una posibilidad lejana. Más de un millón de personas viven en un territorio de poco más de dos kilómetros cuadrados. Como dice el escritor Vikas Swarup, en Dharavi hay que hacer cola hasta para cagar. Y, sin embargo, también en Dharavi es posible vislumbrar el paraíso.
Eso es lo que le sucedió recientemente a dos niños. Dos chavales de entre los miles que habitan Dharavi fueron seleccionados para participar en una película. En Bombay no es infrecuente que la gente participe en el cine. La industria de Bollywood es, quizá, la más pujante del mundo. Sin embargo, en esta ocasión, la cosa era un poco diferente. Los chicos, un niño y una niña, actuaron en una película financiada con capital extranjero. Cobraron mil dólares y otros 25.000 para cada uno fueron depositados en una cuenta bancaria hasta que los jóvenes cumplan la mayoría de edad y puedan disfrutarlos. No parece mucho, pero para ganar esa cantidad, un indio adulto debe trabajar durante varios años.
Todo habría quedado en un buen negocio para ellos y para sus familias si no fuera porque esa película era "Slumdog Millionaire", galardonada con ocho premios óscar. Los chicos fueron llevados hasta Hollywood, el corazón mismo de la jungla cinematográfica, fueron agasajados con los mejores manjares, se alojaron en hoteles de lujo, se hicieron fotos con los famosos y disfrutaron de una noche mágica, aunque ningún premio recayó especificamente sobre sus personas. Cuando volvieron a la India, el sueño todavía se hizo más intenso. Sus compatriotas los recibieron como a auténticos héroes nacionales, se les tributaron homenajes, todos los periodistas estaban como locos por entrevistarlos. Incluso, según parece, algunos familiares vieron en ellos la posibilidad de salir de la pobreza. Pero de pronto, un buen día, los focos se apagaron, la maraña de gente volvió a sus ocupaciones, la fiebre pasó.
El problema, la auténtica tragedia es que un cuerpo que se ha duchado con agua caliente ya no quiere volver a lavarse sólo de vez en cuando y utilizando el agua de un charco; un estómago que se ha habituado a la comida de los mejores restaurantes se resiente si se le obliga a una dieta escasa, de mala calidad; unos pies que han calzado zapatos de diseño italiano se niegan a caminar entre la miseria y la porquería. En fin, que los chicos ya no quieren vivir en Dharavi, sino en Estados Unidos. El chaval ha caído en una especie de melancolía que lo mantiene apartado de sus antiguos compañeros de juegos; la niña vaga por las calles de su barrio vestida con el mismo traje que usó en Hollywood, ahora manchado y roto, como una muñeca triste con la que ya nadie quiere jugar. La esperanza para ellos es que Bollywood se ha interesado en contratar sus servicios y van a hacer una nueva película. Quizá puedan desarrollar una carrera en el cine de su país que los aleje del barrio que ahora encuentran hosco y deprimente. Tal vez puedan volver a soñar.
Pero ¿qué pasa con esos otros millones de niños en todo el mundo a los que se les niega incluso el derecho a soñar? Hace unos años en Kibera, un suburbio de Nairobi, se vivió una situación similar con el rodaje de otra película, "The constant gardener". ¿Qué habrá sido de aquellos niños que corrían en la pantalla tras el coche que transportaba al atribulado viudo que interpretaba Ralph Fiennes? ¿Qué será de los niños de Kibera, de los chavales de Dharavi, de todos los niños cuyo futuro tal vez no llegue hasta la próxima película? Esa también es la magia del cine.
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